Una hoja sobre una hoja

La veo y me desanimo. Ella está muerta, su vida termino en un instante. Nadie sabe por qué, ni cuándo, ni cómo pero sabemos que está muerta. Todo lo indica, la variación de colores en su haz van desde tonos de verde pasando por el amarillo hasta llegar al marrón. Parecen la niñez, la juventud y la vejez enmarcadas en su margen. El pecíolo denota la violencia con la que su vida fue arrancada. Los dobleces y los agujeros son signos de lucha; habrá peleado por su vida, o será tan sólo que fue maltratada por ella. No lo sabemos.

Es grande y larga, extremadamente fina, dócil, y se dobla muy fácilmente si trato de ponerla de pie. Sus márgenes (de tanto en tanto puntiagudas) están marchitos, mustios. Los nervios tienen un degradé, entre amarillo y bordó, como si se le fuera la sangre del cuerpo hacia el pecíolo terminando en la herida por donde murió. En su envés los colores son más claros, como si hubiesen sido bañados por una capa blanca de quién sabe qué.

Al recorrer su cuerpo se notan desniveles, relieves y depresiones. En su frente es áspera y bastante continua a excepción de sus nervios y sus heridas que parecen puñaladas. Detrás ella es rugosa, allí se notan mucho más los altibajos, está como fraccionada por sus escamas que parecen los capilares sanguíneos.

En la llegada del otoño nos gusta encontrar muchas hojas como esta, decorando las calles de una ciudad. Lo que nunca nos preguntamos es si sufren cuando mueren, porque si nos detenemos a observar una de ellas veremos que están maltratadas, y violentadas, muertas.