Los diez mandamientos

Qué diferencia entre ella y nosotros. Además de la edad, claro está, su forma de hablar y escribir era muy distinta a la que estamos acostumbrados. Entró a la clase (muy puntual, por cierto) y comenzó a contar brevemente qué era lo que iba a dar en el curso. Cuando dijo que íbamos a tener que leer un libro cada dos semanas, se armó un revuelo general. Todos hablábamos con los nuevos compañeros de clase sobre la locura que era: ¡si no leían ni los subtítulos de las series de televisión! Los ecos de este anuncio trascendieron la hora de Comunicación Escrita I y en el break (como le dicen mis compañeros) se escuchaban frases como: “Está re pirada la gallega, no voy a leer nada”, o “No pienso tocar un libro”, y también comentarios a favor: “Qué bueno estaría leer algo, yo no leo nunca nada” o “Me cayó re bien la profe”, entre otros.
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A pesar de las quejas, todos leímos por lo menos cinco o seis libros, de los que tuvimos que hacer críticas. Ahí estuvo el gran problema. ¿Qué es una crítica? ¿Cómo la hago? Auxilio, gritábamos algunos que no teníamos ni la menor idea de qué se trataba una crítica de libro.
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En la clase teórica, Amaya (la profesora) trató de darnos una base para poder escribirla, pero entre todo el revoloteo del comienzo de clases no muchos pudieron captar la esencia de cómo hacer una crítica. Llegó el día de plasmar los conocimientos que nos había tratado de transmitir. Qué sorpresa se debe haber llevado mientras corregía: el promedio de la clase resultó ser de tres puntos.
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En la clase siguiente, llegó el discurso de la decepción. Después de muchos “callaos” por los constantes murmullos, trató de volver a contarnos de qué se trataba la crítica, mientras nosotros tratábamos de entender las correcciones que nos había hecho. En la segunda crítica el promedio de la clase subió medio puntito, pero fue muy significativo.
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Sabíamos que no estábamos haciendo bien las críticas, que no cumplíamos con las expectativas. Un día, después de muchas críticas mal hechas, pasé por el despacho de Amaya buscando algo que me ayudara a mejorarlas (no era la mejor de la clase, que digamos). Las dos hojas que me dio fueron mi salvación y, de paso, la salvación de muchos porque luego las entregó a toda la clase. Los diez mandamientos para escribir críticas literarias se encontraban en poder nuestro ahora. Supuestamente, deberíamos haber podido hacer por lo menos una crítica aceptable. Y nuevamente, se equivocan. O por lo menos conmigo: mi promedio continuó siendo bajo pero, por suerte, los mandamientos sirvieron a algunos de mis compañeros.
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Después de haber hecho no menos de unas doce críticas, puedo decir que todavía no sé hacerlas. Pero estoy aprendiendo.